Me entretengo en cosas minúsculas. Me fijo en tus manos, tus
uñas mordisqueadas hasta más no poder, tu tono aceitunado y tostado que me
parece delicioso. Unas manos que no controlo, que me acarician, que me
pellizcan, que además suben y suben hasta que no puedo cogerlas. Demasiada
altura, creéme te odio, siempre burlándote con esa sonrisa medio cerrada medio
abierta, por mi conducta, por mis achuchones inesperados y por mis arranques de
locura: reír hasta llorar o enfadarme antes de que puedas pronunciar mi nombre.
Siempre me fijo en tus expresiones, siempre sinceras, ríes
cuando me miras, cuando ves algo bueno por la televisión cuando te digo alguna
cosa que sé que te gustará incluso cuando tomas el control.
Me gusta acariciarte mientras duermes, ligeramente sin
llegar casi a tocarte, para que puedas seguir durmiendo sin molestarte
. Me gusta susurrarte al oído, en cualquier lugar, en
cualquier momento, para decirte lo atrapada que me siento a tu lado, dejo de
pensar en mí y sólo pienso en ti. Dejo de pensar en todo lo mal que me siento y
me permito reír sentirme normal como si me dieses alas.
Me gusta mirarte, inventarme caras para que sonrías o te
sorprendas. Además, me encanta que copies todos mis gestos, mis caras y mis
expresiones. Sin lugar a duda, me gusta dejarte marca, ser parte de ti.
Odio que me muerdas, que me mordisquees las orejas, el pelo
la nuca, todo el cuerpo. Odio ver las
marcas que me dejas: las que se ven y las que no se ven, se clavan en mi alma.
Todo lo que paso contigo lo recuerdo, miento al decir que no
me acuerdo muchas veces, te echo de menos cuando te leo, cuando te robó una
camiseta para olerla, cuando te veo alejarte desde el sitio donde cojo el bus…
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